A casi 200 años de que José María Morelos redactara los "Sentimientos de la Nación" un bello documento donde por primera vez visualizaba la construcción de un país, un ciudadano, ElCiudadano68, envía a Daño Colateral esta reflexión: Los Sentimientos de la Nación 2010.
Los políticos, en su soberbia estupidez, siempre ven remitentes cuando los comentarios no les favorecen. En su conquista perpetua del poder son incapaces de creer en quienes, sin inclinaciones partidistas, podemos refutarles sus mezquinas y cortas ideas.
Ellos, en su siempre hambrienta e insatisfecha egolatría, solo buscan los discursos acomodados y el templete con aplausos. Hacen uso de los recursos públicos para enmarcarse sobresalientes y esperan complacidos la caravana del elogio y las gracias. Nunca ven y mucho menos sienten que sus acciones publicas están inscritas dentro de sus obligaciones de funcionarios.
Semidioses -por sentimiento propio- desde los principiantes hasta los de siempre, saben que sus “acciones” nos afectan a todos, pero sus intereses van por delante seguido de sus negocios, así sin más. La hipocresía de unos y la arrogancia de otros nos hacen siempre rehenes de sus perversiones.
¿Y qué culpa tiene el ciudadano de este país, el campesino de toda la vida, y el obrero del taller, que culpa tengo yo, hecho comerciante por todas las necesidades humanas, menos la de haberme garantizado un empleo en mi patria?
A mis 42 años he vivido las peores devaluaciones y sin crisis mundial, he visto inflaciones galopar al 150% en un solo año. Nací cuando los soldados fueros enviados a matar estudiantes por ordenes presidenciales; solo por protestar y sin fusiles. Observé casi sin comprender como un presidente lloraba, jurando como perro defender el peso, mientras dejaba a un país en ruinas. Y vi morir un candidato presidencial, aludiendo toda clase de justicia, menos el haber cometido un crimen de estado y por el estado mismo.
Qué tristeza me dan los políticos todos.
Qué tristeza me da ver morir un candidato a Gobernador acá en Tamaulipas. Y a quienes le oran, honran, adornan de atributos, sueños e ideales que jamás él imaginó y mucho menos sintió. Imploran por justicia aquellos, los mismos que deberían ejercerla. Qué tristeza -y qué terrible perversión- es ver encolerizarse al punto de la rabia, suplicando los dejemos con su duelo, como si de un asunto privado se tratase, o pedir que no se lucre con la figura del difunto, como si alguien más que ellos ganara con ese lucro. Y luego olvidar, olvidarse como si nada hubiera pasado. Y, siguiendo las costumbres de un gobernador gobernado por su vicio, aquí no pasa nada. Aunque pasara de todo pero el soborno y los aduladores lo minimizaran.